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lunes, 26 de enero de 2015

Gil y Carrasco era rubio (o casi)

Imagen icónica de Gil y Carrasco, moreno, con los ojos oscuros y el pelo en retirada

CUARTO CRECIENTE
Diario de León. Jueves 22 de enero de 2015


Gil y Carrasco era rubio (o casi). Tenía los ojos azules, el mirar abierto, con aire de hombre del Norte. Así lo describe otro escritor como Ramón Carnicer —y la cita la ha recuperado estos días Nicanor García Ordiz— que en 1971, casi un siglo y medio después de su publicación, purgó de erratas y topónimos equivocados el texto original de El Señor de Bembibre porque su autor no tuvo tiempo de revisarlo.
 
Gil y Carrasco era tan rubio, tenía la piel tan blanca y los ojos tan azules que parecía «oriundo» de Alemania, ya había escrito de él en 1846 un contemporáneo como Ferrer del Río. Y si quedara alguna duda sobre sus rasgos, el propio autor trazó un retrato de sí mismo en un poema en prosa —Anochecer en San Antonio de la Florida— dónde decía que sus ojos eran azules apagados y su cabello claro.
 
De Gil y Carrasco nos queda mucho por saber. Y mucho por leer, claro. Todavía es un gran desconocido, me dice Jovino Andina, el mayor coleccionista de ediciones de El Señor de Bembibre. El congreso del bicentenario debe servir ahora para que ocupe su lugar en la historia de nuestra literatura, y que no debe estar muy lejos de aquella cita de Azorín que calificaba su novela más famosa de «candorosa e infantil» y «sin trabazón lógica», pero importante porque «en sus páginas nace, por primera vez en España, el paisaje en el arte literario».
 
Gil y Carrasco vestía a la moda, con cierta severidad, y tenía ademanes reposados y la mirada un poco triste. Ignoro si el congreso nos aclarará aspectos de su vida de los que apenas se ha hablado. Me refiero a su pertenencia a la masonería y su supuesta homosexualidad. Sin duda, ayudarían a entender su obra. Aunque no me extrañaría que, viendo la controversia que genera entre quienes aún deben de considerar una vergüenza la homosexualidad y una herejía la masonería, suceda lo mismo que con la imagen icónica del escritor que ha llegado a nuestros días, tomada de una pintura posterior y repetida erróneamente en bustos e ilustraciones; un hombre mayor, de pelo negro escaso y ojos oscuros. Aunque todos sepamos que Gil y Carrasco murió con 30 años. Y era rubio (o casi).

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