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miércoles, 27 de agosto de 2014

El sastre del Titanic (7)

Michel pone a salvo a sus hijos en un bote y el oficial que selecciona a las mujeres y los niños en cubierta le recuerda al día en que pidió el divorcio a su esposa. Pero el Titanic, sentenciado, se traga su rencor...

La orquesta del Titanic tocaba 'Mas cerca, oh Dios, de ti'
ILUSTRACIÓN de PABLO J. CASAL



Un relato de Carlos Fidalgo
Ilustrado por Pablo J. Casal




Capítulo Séptimo
 



"Le digo que voy a subir a ese bote. Sea como sea. He pagado mi pasaje en primera clase", le gritaba un pasajero al oficial Lightoller en la cubierta, mientras se palpaba los bolsillos y esgrimía una billetera. El sastre, que todavía acomodaba a Lolo y a Momon en la barca, le miró y notó un escalofrío.
Observó a su alrededor, con la discusión cada vez más enconada, y no vio más que rostros de gente pudiente, procedentes de las cubiertas superiores, que buscaban un hueco en alguno de los botes, como todos.
"Le pagaré, le pagaré bien", insistía el pasajero de la billetera, al borde de un ataque de histeria.


"El dinero ya no importa", le respondió el oficial, mientras levantaba su pistola reglamentaria, apuntaba a las estrellas y disparaba dos veces para alejar al hombre que quería sobornarle y de paso advertía a la multitud que estaba a punto de romper la barrera de brazos de la tripulación de que iba en serio.
El sastre se asustó. Los dos disparos sonaron como dos aldabonazos en su conciencia. Recordó la angustia que había sentido la primera noche que había pasado con sus hijos en Londres, y se preparó para despedirse de los niños.
"No tengas miedo Lolo. Cuando tu madre venga a por vosotros, dile que nunca quise haceros daño", le dijo a su hijo mayor mientras lo sujetaba por las axilas. "Dile que esperaba que viniera a reunirse con nosotros", añadió. Después miró a la pasajera de primera clase Margaret Hays, que se había sentado junto a los pequeños, y le pidió que cuidara de sus hijos.

***

La proa del Titanic se hundía, el naviero Bruce Ismay estaba a punto de saltar a uno de los últimos botes de estribor sin que ningún miembro de la tripulación se atreviera a reprochárselo, y el capitán buscaba un megáfono para llamar a las lanchas medio vacías que se alejaban del barco, cuando el millonario Benjamin Guggenheim y su mayordomo Giglio abandonaron la cubierta, bajaron a sus camarotes, se quitaron los abrigos y los chalecos y se vistieron sus trajes de etiqueta; un frac impoluto el magnate del cobre y un elegante uniforme negro su criado.

"¡Los recién casados pueden completar esta lancha!", gritaba a un miembro de la tripulación, mientras tanto. Pero John Jacob Astor IV, que llevaba siete meses casado con la adolescente Madeleine, consideró que no era su caso, le ofreció sus guantes a su esposa para que no pasara frío y le pidió que se subiera sola a la lancha.

"Yo iré en el siguiente", le mintió.

***
 

En la cubierta, la orquesta del Titanic todavía se esforzaba por evitar el pánico y tocaba Más cerca, oh Dios, de ti, su última pieza. Michel Nvratil, que había perdido de vista el bote con sus hijos, respiró hondo, se acercó hasta los dos hombres vestidos de gala y apreció algo más que la calidad de sus trajes.

"Nos hemos puesto lo mejor que tenemos y estamos dispuestos a morir como caballeros", le dijo Guggenheim.

Y Michel se enredó los dedos con un hilo suelto de su bolsillo cuando notó que el barco empezaba a levantarse por la popa.

Finaliza en el próximo capítulo...

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