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miércoles, 23 de julio de 2014

El sastre del Titanic (2)

A Lolo y Momon los han subido al Carpathia después del naufragio del Titanic. La lista de embarque dice que son hijos de un judío que buscaba una vida mejor. Pero los malos presagios también navegan... 
 
"Pero los malos presagios también navegan...". ILUSTRACIÓN DE PABLO J. CASAL


Un relato de Carlos Fidalgo
Ilustrado por Pablo J. Casal

 
Capítulo Segundo
 
 
Michel Nvratil se había embarcado con sus hijos en el Titanic usando un nombre falso. Había reservado una cabina de segunda clase, dispuesto a empezar una nueva vida en América, y les había hecho creer a los empleados de la White Star Line que era viudo.
Y no lo era. En realidad, sólo se había separado de su mujer. Y había escapado con los niños durante el fin de semana de Pascua. Desde Niza, donde se ganaba la vida en una sastrería, Nvratil había atravesado toda Francia gracias a la ayuda de un amigo judío. Después se había alojado con los pequeños en un hotel de Londres y había pasado toda la noche pensativo.
Miraba obsesivamente al bolsillo de su abrigo. Observaba a los niños. Y dudaba.
Por la mañana, y mientras sus hijos jugaban con las cortinas del cuarto y la luz de la calle lo iluminaba todo, llegó a la conclusión de que no podrían huir eternamente. Se levantó de la cama, y atormentado por los recuerdos, decidió que pondría un océano entre él y su esposa.
 
***
Michel Nvratil era un hombre elegante. Vestía siempre de una forma impecable y lucía un enorme y cuidado bigote engominado, un tanto pasado de moda.
En Niza había conocido a su esposa, una joven italiana de mirada soñadora y cabellos oscuros que siempre le besaba con la boca cerrada, como si le diera vergüenza.
¿Cuándo me besarás de verdad, Marcelle?”, le preguntaba Michel, durante sus paseos de novios por la ciudad.
Cuando seas mi marido”, le respondía ella. Y sus mejillas enrojecían de rubor mientras Michel se moría de impaciencia.
 
***
Michel no dejó que Lolo y Momom se mezclaran más de lo imprescindible con el pasaje cuando subieron al Titanic en el puerto de Southampton. Y siempre se mostraba distante si alguna mujer más curiosa de lo normal los veía paseando a los tres por la cubierta de los botes y le preguntaba por la madre de aquellos niños tan guapos.
Cuando eso ocurría, hacía un esfuerzo para no recordar los labios finos de Marcelle. Y maldecía.
 
Continuará...
 
 


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