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jueves, 27 de marzo de 2014

Metafísica

El telescopio Bicep2, en la base antártica Amundsen Scott. FOTO: AFP
 
CUARTO CRECIENTE
Diario de León. Jueves 20 de marzo de 2014
 
Leo en los periódicos que un telescopio instalado en el polo Sur ha captado las huellas del primer instante del universo. Es la evidencia que buscaban los científicos para demostrar que la teoría del Big Bang es cierta.
 
El telescopio de microondas Bicep2, situado en la base antártica Amundsen Scott, ha registrado los temblores del espacio-tiempo en el momento de su primera expansión -inflación, le llaman- y los expertos que se pasan la vida observando el firmamento ya han señalado que el descubrimiento de esas ondas gravitacionales cambiará la cosmología para siempre.
 
Los científicos explican que en el origen de todo, hace 13.800 millones de años, la inflación del espacio-tiempo generó pequeñas diferencias de temperatura en el cielo. Puntos de mayor densidad que se condensaron en galaxias, y el rastro de ondas gravitacionales que ahora se ha descubierto. A esas ondas, leo, las llaman arrugas del espacio-tiempo propagándose por el universo.
 
La frase me llama la atención. Y sigo rebuscando en los periódicos.
 
Leo que el eco del primer instante viaja por el universo a la velocidad de la luz y ha dejado una leve radiación de fondo que permea todo el cielo.
 
Parece un poema. Un verso escrito con polvo de estrellas. lo que no sabemos es si hay un poeta detrás de esos temblores.
 
¿Está Dios al otro lado del resplandor que dejaron los primeros átomos cuando se formaron? Los hombres de ciencia no tienen la respuesta y tampoco quieren que se mezclen las cosas. Einstein, por ejemplo, decía que la Biblia es una colección de leyendas primitivas. Y a Higgs no le gustó nada que la prensa bautizara a su famoso bosón con el sobrenombre de la partícula de Dios porque incitaba a la gente a confundir la física con la teología.
 
 
Cartel de 'La gran belleza' de Paolo Sorrentino.
 
 
Y me viene a la cabeza la imagen de Geb Gambardella -el escritor atascado en la Roma decadente de La gran belleza- con la pregunta que nos hemos hecho todos en la punta de la lengua, mientras el prelado de la Iglesia con el que conversa en la escena de la boda se escabulle con unas señoras para no tener que responderla.

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