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jueves, 21 de febrero de 2013

Los malos del cuento


Los malos del cuento, de Espido Freire
CUARTO CRECIENTE
Diario de León. Jueves 21 de febrero de 2013

Hay una frase que me está dando vueltas en la cabeza desde que la leí la semana pasada en una entrevista: «Nuestra cúpula política está formada por personalidades psicopáticas».

La frase es de Espido Freire, que acaba de publicar un ensayo titulado Los malos del cuento donde ofrece algunos consejos para sobrevivir entre personas tóxicas. Y aunque he tratado de evitarla, de no escribir sobre ella, reconozco que es una idea demasiado jugosa como para dejarla pasar por alto.

La tesis del libro es inquietante. Dice que los monstruos existen. No son un cuento. Y que hay que protegerse de ellos porque están entre nosotros.

Los malos del cuento pueden ser novios posesivos, maridos maltratadores, suegras, vecinos, jefes que no respetan a sus subordinados, acosadores, sexuales o morales, vampiros emocionales, que nos chupan la alegría, y todo un catálogo de personalidades negativas que ya aparecían en los cuentos clásicos para alertar a los niños.

Los ejemplos los tenemos en las páginas de sucesos. En los libros de historia. Y en nuestro entorno. Pero la parte que más preocupa del inventario es la de esos monstruos que no hacen tanto ruido. Esos monstruos adaptados a la vida en sociedad, que ocultan su falta de empatía —no les importa la gente y han aprendido a disimularlo— y que acaban trepando como las malas hierbas hasta los puestos más altos de nuestro sistema.

«El poder atrae a un buen número de monstruos», dice Espido Freire. Y no dejo de preguntarme por los distintos grados de psicopatía de nuestros gobernantes. De los políticos que nos representan. O de nuestros empresarios. Cuántos de ellos son ogros o dragones, y qué podemos hacer para desenmascararlos.

Quitarles esa careta no es fácil. A veces hay que ponerle un cascabel a un gato que araña. Pero hay que intentarlo. «Pecar con el silencio cuando deberíamos protestar, convierte a los hombres en cobardes», decía hace cien años la poeta norteamericana Ella Wheeler Wilcox.  Y parece que le estuviera escribiendo una moraleja a nuestro cuento.

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