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viernes, 1 de febrero de 2013

Leche de cabra



Memorias editadas por Helena Fidalgo

 
CUARTO CRECIENTE
Diario de León. Jueves 1 de noviembre de 2012
 
Francisco Puente Falagán, el primer alcalde de Ponferrada durante la Segunda República, nació en San Román de Bembibre en 1897 y fue uno de los últimos hijos de un matrimonio que perdió a la mitad de su descendencia. Puente cuenta en sus memorias —recuperadas por Helena Fidalgo Robleda y la editorial Lobo Sapiens— que su madre, enferma, tuvo que dejarle a cargo de otra mujer que también acababa de dar a luz para que le amamantara, pero que después de un mes en brazos extraños, su estado era tan famélico, su aspecto tan demacrado, que se lo llevaron de vuelta a casa y sólo pudo salir adelante gracias a la leche de una cabra.
 
Eran otros tiempos.
 
En 1931, Francisco Puente Falagán, maestro cantero de profesión, socialista autodidacta, como muchos hombres que en aquellos años querían cambiar las cosas, fue elegido alcalde de Ponferrada en unas elecciones democráticas. Hombre honesto hasta el extremo en un periodo de la historia de España lleno de fricciones, chocó de frente contra los poderes fácticos de la vieja Minero Siderúrgica de Ponferrada, que siempre fue un obstáculo para el desarrollo urbanístico de la ciudad, de las empresas mineras de la época, que no pagaban el canon, o de la Iglesia, que vio como el cementerio se convertía en propiedad municipal, y fue apartado de la alcaldía sólo un año después de tomar posesión para defenderse de una ridícula acusación de malversación de fondos de la que finalmente fue absuelto.
 
Francisco Puente Falagán.
 
Puente Falagán no recuperó la alcaldía. Sólo unas semanas antes del estallido de la guerra civil, y cuando ser alcalde era una patata caliente en medio de la crisis del Frente Popular, le ofrecieron de nuevo el sillón de regidor. No lo aceptó.
 
Sí lo hizo su amigo Juan García Arias, que duró un mes en el puesto y terminó fusilado. Y es posible que él mismo se salvara de un final parecido porque era un hombre ciego.
 
Al final de su vida, Puente Falagán dictó sus memorias a sus hijos y a sus nietos. El texto mecanografiado empieza, claro, en su infancia. Y empieza fuerte. Empieza con un cabra que alimenta a un niño famélico.
 
Pero eran otros tiempos.

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