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miércoles, 22 de agosto de 2012

El punto final

José Luis García Herrero, con los pies descalzos,
 en brazos de su padre, Juan García Arias.

CUARTO CRECIENTE
Diario de León. Jueves 26 de julio de 2012

José Luis García Herrero se ha ido con su padre. Se ha ido a un lugar entre la nada y el cielo, que es donde vamos todos cuando dejamos de ser.

Hijo del último alcalde republicano de Ponferrada, fusilado en una tapia de León a comienzos de la Guerra Civil, José Luis García Herrero —que fue sociólogo, ensayista, poeta, directivo de Endesa y estuvo a punto de convertirse en senador por el Partido Comunista— vivió marcado por la muerte de su padre, Juan García Arias. Por algo tituló Palabras contenidas uno de sus libros de versos. Y por algo esperó al final de su vida para mostrar la carta desgarradora que su padre le escribió a su madre desde la cárcel de León, después de la farsa del juicio sumario que le condenó a muerte.

A los 18 años, y siendo un proyectista de obra civil, García Herrero se encontró de frente con el hombre que había detenido a su padre. «¿Tú eres el capitán Losada? Yo soy el hijo del que fue alcalde de Ponferrada», le soltó durante la inauguración del pantano de Bárcena. Y hace un año, contaba que Losada, una de las figuras de la represión en el Bierzo, se quedó pálido, hizo un gesto raro y respondió afirmativamente antes de pedirle que se apartara.

Al hijo del alcalde fusilado ya le había interrogado la policía cuando apareció por Ponferrada. Le preguntaron a qué había venido. «A trabajar», les respondió. Después de aprobar unas oposiciones en el Instituto Nacional de Industria, esta ciudad desde donde les escribo no era el mejor lugar para ser destinado. En Ponferrada vivían diez o doce personas que podían crearle problemas. Personas que «por dejación, por tener los ojos cerrados, o por pistoleros, por llevarse a la gente al Montearenas y a otros lugares para matarlos» desconfiaban de él. En aquellos años, el joven García Herrero, que nunca buscó venganza, leía clandestinamente Mundo Obrero «antes de quemarlo en el jardín» y sufría registros domiciliarios de madrugada. Le ponían la casa patas arriba y de los nervios, le salió una úlcera de estómago.

Reviso una vieja fotografía de José Luis con su padre. García Arias sostiene a su hijo en pantalones cortos, descalzo. Recuerdo a ese mismo niño convertido en un anciano, vestido con un chándal en su casa de Ponferrada, mientras le entrevistaba el verano pasado, al cumplirse 75 años del fusilamiento. «Cuando deje de ser/ esto que apenas soy/ no vayáis a mi lecho a poner flores/ no digáis las palabras aprendidas/ no alteréis vuestro ritmo/ y compostura (...) Todo ha de ser así/ como ha sido/ sencillo, elemental, incomprensible,/ un acto intrascendente,/ una broma pesada de la vida», escribió una vez en un poema que tituló El punto final. Y me consuelo pensando, creyendo, deseando, que José Luis García Herrero haya muerto con la serenidad que le robaron a su padre.

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