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jueves, 10 de mayo de 2012

Carnicer en Nueva York

Ilustración de ALFREDO, en la reedición de Cálamo de
"Nueva York, nivel de vida, nivel de muerte", de Ramón Carnicer

CUARTO CRECIENTE
Diario de León. Jueves 3 de mayo de 2012

La calefacción no le dejaba dormir. La ciudad anochecía cubierta de nieve y de basura, y la alfombra de su habitación, en la segunda planta del hotel Roskoff, desprendía una pelusa multicolor cada vez que la pisaba.

En la recepción le dijeron que era un efecto del calor y de la carga eléctrica del cuarto. Pero cuando se vistió el pijama y se acostó, las sábanas crepitaron como si le estuvieran disparando con una ametralladora. «Así es imposible dormir», pensó. Y se levantó.

El hotel Roskoff y los judíos ortodoxos. ALFREDO

Afuera nevaba. La temperatura había bajado a los diez grados bajo cero y los desperdicios seguían sin recoger por la huelga de basureros. «Aquí dentro ya se habrían descompuesto», aventuró, imaginándose el hedor. Y le entraron ganas de abrir la ventana del baño, a pesar de que en una ciudad con los niveles de vida y de muerte tan altos, alguien podía entrar en el cuarto y asestarle tres puñaladas o dispararle cuatro tiros, o estrangularle con la cortina de la ducha, o…  
Ramón Carnicer, en su época de profesor universitario.

"¡Basta!", zanjó. Se quitó el pijama eléctrico, se abrigó y bajó de nuevo a la recepción del hotel —un edifico de quince plantas con los ladrillos de la fachada ennegrecidos por el humo— para pedir un taxi o caminar por la acera de Central Park sin entrar en el parque, que en invierno era el lugar más sombrío del mundo. Pero en el vestíbulo del Roskoff, se encontró con una docena de aprendices de rabino, con el cogote pelado, dos tirabuzones bajo el sombrero y una levita negra, bailando en fila india como si estuvieran en medio de un aquelarre.  
Autorretrato de Lorca en Nueva York
 «Debo estar sufriendo un break-down» se dijo. Entonces salió a la Calle 72, descubrió que los rascacielos brillaban con una rara tristeza, tropezó con un borracho tirado en el suelo y se detuvo junto a un escaparte donde una mujer de curvas escandalosas servía bebidas a los clientes en falda corta y sostén. En ese momento, un compatriota se dio de bruces con él. «Te conozco», le dijo a Lorca, apartando la vista del escaparate. «Te conozco también», le dijo el poeta a Carnicer. Y mientras les salían hierbas de la boca, a la aurora de Nueva York le crecían cuatro columnas de cieno y un huracán de negras palomas barría el amanecer.


Con Alonso Carnicer y Doirean MacDermott. Casa del Libro. Ponferrada.
 2 de mayo de 2012. Foto. L. DE LA MATA

  
CARNICER Y LORCA

Ramón Carnicer aterrizó en Nueva York en medio de una nevada y una huelga de basureros. Se alojó en un hotel donde las pelusas se soliviantaban con la carga eléctrica del cuarto, dio clases en la mayor universidad de la ciudad, y se empeñó en contar lo que vio a través de las pequeñas cosas.

Aprovechando el centenario de su nacimiento en Villafranca del Bierzo, la editorial Cálamo ha reeditado Nueva York, nivel de vida nivel de muerte, el libro donde contó su experiencia durante los seis meses que pasó allí en 1968. No fue un año cualquiera. Durante su estancia arreciaron las protestas contra la guerra de Vietnam y los disturbios causados por la segregación racial, asesinaron a Martin Luther King y a Robert Kennedy, y comprobó hasta que punto la sociedad norteamericana, que entraba en los años de la liberación sexual y del consumo, funcionaba como una miedocracia, que es la forma de gobierno donde los gobernantes siembran el miedo entre los gobernados para que les sea más fácil aceptar decisiones impopulares. No tengo que explicaros porqué cuarenta años depués, el libro -que ayudé a presentar en Ponferrada y en Villafranca junto al hijo del escritor, Alonso Carnicer, y su viuda, Doirean MacDermott - sigue siendo actual.  

Arriba os he dejado un cuento.
Lo escribí porque estoy convencido de que el Nueva York que vio Carnicer y el que sintió Lorca tienen trazos muy parecidos.



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