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miércoles, 23 de febrero de 2011

Obleas y escoria


Vista de Ponferrada desde la torre de la basílica de La Encina.
Al fondo, la montaña de carbón, acumulando escoria.
Más cerca, la plaza de La Encina y un carrito de helados.
(Foto subida por Enrique Rodríguez a la página de
Facebook: Fotos Antiguas de Ponferrada y el Bierzo)

CUARTO CRECIENTE

Diario de León. Martes, 22 de febrero de 2011

Los obreros del tren minero llegaron a la ciudad en 1918. Eran casi cinco mil y vinieron dispuestos a instalar hierros y travesaños por el Alto Sil para trasladar el carbón desde Villablino. Coincidieron con otros mil quinientos trabajadores que picaban piedra en la carretera de La Espina y entre todos, inundaron Ponferrada de acentos extraños. En pocas semanas, sin embargo, no quedó más de un millar de todos ellos, espantados por la epidemia de gripe española y el pánico que les causaban los muertos.

Locomotora del tren minero en la estación de Ponferrada. Posiblemente en los años 70 u 80.
(Foto subida a Facebook por José Manuel López Gay) 

Debió suceder un milagro para que en sólo diez meses, la línea ferroviaria estuviera terminada. Poco después, levantaban una térmica junto al río y comenzaban a apilar la escoria. La ciudad estrenaba su primera gran chimenea industrial. Nacía la montaña negra.

El tiempo pasó y construyeron el Teatro Edesa. Estalló una guerra y las cunetas se llenaron otra vez de muertos, aunque la gripe española ya no tuviera nada que ver con ello.


La plaza de Lazúrtegui y el arranque de la avenida José Antonio
(hoy de La Puebla) desde el edificio Uría. 1964.
A la izquierda, el Cine Edesa, antes del cambio de fachada.
(Foto subida a Facebook por José Luis Sobredo)

La guerra terminó. Algunos hombres siguieron en el monte, como los lobos. Y el interés de los nazis por endurecer sus cañones, y el de los aliados por evitarlo, trajo a la ciudad a los mineros del wolfram. Fue la época del dinero fácil, de los burdeles. Y de las partidas interminables de cartas.

Pero la guerra no fue interminable en Europa. Berlín cayó y Ponferrada se curó la fiebre del wolfram. Renació el carbón, apareció el hierro y la ciudad engendró a Endesa para llenarse otra vez de obreros con acentos lejanos que trabajaban en la Fuente del Azufre y en la presa del pantano.




Llegaron los sesenta. Construyeron un rascacielos. El barquillero estaba a punto de aparecer en todas las fiestas, con su ruleta y su cesta de obleas. Y el rock and roll encontró su espacio en El Frontón, entre la moral tradicional y los nuevos tiempos. «¡Que corra el aire!», advertían los guardias a las parejas. Pero Ceferino, que llevaba las maletas de los viajeros hasta el Hotel Madrid en un carrito, tenía otra forma de ver las cosas. «Súbete, que te monto», decía, socarrón, cuando se cruzaba con una chica.


Dos jóvenes de fiesta en la avenida de Portugal.
 Barrio de Flores del Sil. Años sesenta.
(Fotografía de RODRIGO LÓPEZ TORRES)

Luego cerró la primera térmica. Derribaron el Edesa. El tren minero dejó de funcionar. Y hasta la montaña de carbón se desvaneció en un día de niebla. De aquella ciudad sólo quedan las fotos. Miles de fotos. Y cada vez que alguien comparte una de sus imágenes en Facebook, está contribuyendo a que no se muera del todo.



UN FILÓN INAGOTABLE

He puesto aquí algunas de las fotografías que no encontraron espacio en el reportaje publicado en Diario de León. Y hay más. En el momento de escribir estas líneas son más de 3.500 las imágenes subidas por usuarios de Facebook a la página web creada por Carlos Rodríguez en el verano de 2010. Cuando se agote la memoria de quienes vivieron en ella, esas fotos serán de verad el último filón de la Ciudad del Dólar.


martes, 22 de febrero de 2011

La Ciudad del Dólar


Edificio Uría de Ponferrada. 1961.
Visto desde la calle del Cristo
(Foto: Col. Enrique Santa Daría.
Fotos Antiguas de Ponferrada y el Bierzo)
CUADERNO DE REPORTAJES



Acababan de construir el edificio Uría. Algo así como un rascacielos de nueve plantas en el centro de Ponferrada. Era tan estrecha la esquina que marcaba, que comenzaron a llamarle El ataúd. Visto de frente, tenía, y tiene, un aire al Flatiron Building, el primer rascacielos que se construyó en Nueva York, en la esquina de Broadway con la Quinta Avenida. Pero estamos en Ponferrada, a comienzos de los años sesenta. Y en la calle del Cristo, un burro con sus alforjas buscaba una briza de hierba en el asfalto...



Flatiron Building, en 2004
(Foto de  BERND SCHUBARTB,
bajo licencia libre GNU)

El Flatiron Building es otro apodo. Hace referencia al parecido del legendario rascacielos neoyorkino con una plancha. En realidad, como sucede con el edficio Uría de Ponferrada, lleva el nombre de su promotor, el millonario George A. Fuller. Estoy seguro de que el arquitecto y el dueño del edificio que hoy se clava en la plaza de Lazúrtegui como una punta de flecha, entre las avenida de España y Camino de Santiago, sabían muy bien qué leyenda estaban copiando...




El Fuller Bulding, también conocido como Flatiron Buliding.
Esquina de Broadway con la Quinta Avenida
(Foto de LORAX, bajo licencia libre GNU)




Así que si tengo que elegir una imagen que represente lo que fue la Ciudad del Dólar, -el apodo que recibió Ponferrada durante los años del wolfram, del hierro, del carbón, y de las obras hidráulicas de Endesa- antes que con el Teatro Edesa, que ya no existe porque se lo comió la especulación urbanística el año en que murió Franco, me quedo con el edificio Uría, que sigue en pie y todavía nos recuerda a Nueva York, la verdadera ciudad donde fluye el dólar, afloran los vicios, y las partidas de cartas siempre fueron infinitas...






El último filón de la Ciudad del Dólar           
Diario de León. Domingo 20 de febrero de 2010


«El puente de hierro»


Jorge Morán y Carlos Rodríguez, el 16 de febrero de 2011
Posan junto a la estatuta del barquillero.
Luis de la Mata tomaría después una imagen mejor,
pero aquí la lluvia es de verdad.
(Foto del autor. Podéis subirla a Facebook)


Y que no se me olvide agradecer su ayuda a Carlos Rodríguez, Jorge Morán y a todos los usuarios de los dos grupos de Facebook, a Raúl Guerra Garrido, César Gavela, del que se reproduce el comienzo de su novela El puente de Hierro, a Miguel Ángel Varela, Eduardo Fernández, José Cruz Vega y Ángel Osorio.


miércoles, 16 de febrero de 2011

Zapatos arriba

 
Zapatos colgados cerca de Villaverde de los Cestos
(27 de diciembre de 2010). Alguien se los ha calzado.
(Foto del autor del que escribe.
Uso libre para caminar por la blogosfera)

CUARTO CRECIENTE
Diario de León. Martes 15 de febrero de 2011

Escribo estas líneas el domingo por la tarde. Cuando ustedes las lean será martes. Ha llovido y he puesto en twitter que el agua sucia enloquece los desagües. Si no les dan miedo las redes sociales, que ya han tumbado a dos dictadores, pueden buscarme en Internet y comprobarlo. Ciento cuarenta caracteres bastan para contarles que hay alcantarillas que nunca estarán preparadas para tragar toda la mierda que nos rodea.

Vuelvo a utilizar esa palabra. Mierda. Es la única que me viene a la cabeza cuando pienso que después de quince años de investigación policial, nuestro sistema, nuestro Estado de Derecho, no ha servido para resolver la cadena de sabotajes y atentados que sufrió el empresario Sindo Castro cuando decidió instalarse en el Bierzo. ¿Hasta cuándo tanta mierda?, me pregunto. ¿Hasta cuándo tanta impunidad? A veces, leer el periódico deja un sabor amargo.
  
Escribo estas líneas en una libreta, dentro de un coche aparcado en una cuneta de la antigua carretera Nacional Sexta. Escribo a mano, muy cerca del lugar donde hace unas semanas, descubrí dos zapatos negros colgados de un cable, expuestos a la lluvia, y me imaginé que era las botas de algún caminante de la Marcha Negra, que protestaba porque a la minería le han puesto fecha de cierre. Los zapatos ya no están. Alguien se los ha calzado. Y quizá sea verdad que eran de un minero que ha vuelto al trabajo, ahora que las centrales térmicas queman otra vez nuestro carbón.

Manifestantes egipcios en la Plaza de la Libertad.
 (Foto tomada de cdn animalpolitico. com)

O quizá se encuentren más lejos. Quién sabe. Podría ser que alguien haya caminado con ellos hasta una ciudad donde acaban de terminar con treinta años de impunidad. El viernes -mientras los mineros volvían al tajo y un juez comunicaba a las partes que no había encontrado pruebas para condenar a nadie por la guerra del hormigón- me pareció reconocer en una fotografía publicada por un periódico de tirada nacional los dos zapatos descolgados en las manos de un hombre. Protestaba porque un viejo tirano de ochenta y dos años se aferraba al poder, incapaz de asimilar que se lo estaba tragando el desagüe de la Historia, y levantar los zapatos era su forma de expresar desprecio.

Lástima que en otros lugares donde llueve, nos cueste tanto indignarnos. Este es un pueblo pequeño. Todos nos conocemos. Y todos tenemos demasiado miedo a mojarnos.  
Zapatos colgados en la Nacional Sexta.
Acceso a Villaverde de los Cestos.
27 de diciembre de 2010.



Los zapatos han volado del cable.
12 de febrero de 2011.
(Fotos del autor del blog. Lo dicho)

martes, 15 de febrero de 2011

Razón de ser

   


CUARTO CRECIENTE

Diario de León. Martes 8 de febrero de 2011

Una vieja regla periodística dice que los suicidios no son noticia. Es una regla que comparto. El problema aparece cuando detrás del descubrimiento de un cadáver se esconde una duda más que razonable sobre las causas de la muerte y el suicidio es sólo una de las hipótesis de la investigación, ni siquiera la primera, junto al homicidio o el asesinato.

El caso del joven ponferradino que sufrió un accidente de tráfico durante la madrugada del sábado, cuando circulaba por la carretera de Los Muelles, y apareció muerto el domingo en las compuertas del pantano de Bárcena, a unos doce kilómetros del lugar donde volcó su coche, es uno de esos sucesos ambiguos, que desconciertan a la familia y a los amigos tanto como a los agentes encargados de investigarlo.
 
La autopsia ha revelado -y ha sido la oficina de comunicación del Tribunal Superior de Justicia (TSJ) de Castilla y León quien ha difundido la noticia- que las lesiones que presentaba el cuerpo del joven de 23 años las había provocado «una precipitación desde una gran altura (65 metros), probablemente de origen suicida».

Poco más hay que decir. Poco más hay que escribir. Es el momento de callarnos todos. La autopsia deja claro que un suceso que llegó a movilizar a doscientas personas durante la madrugada del sábado -entre voluntarios, agentes de la Policía Nacional y Local y de la Guardia Civil, y que ha tenido a toda Ponferrada en vilo durante dos días- vuelve a ser un asunto privado.

Si acaso, no sobra recordar que los periodistas hemos estado haciendo nuestro trabajo. Y no resulta agradable contar ciertas cosas. A los funcionarios que participaban en el levantamiento del cadáver el pasado domingo no le gustó saber que tomábamos imágenes desde un mirador próximo a la presa del pantano. Comprensible. Lo que no comprendo todavía es su reacción posterior, ordenando a dos agentes de policía que requisaran las imágenes con el argumento de que podían interferir en la investigación.

Y ahora me gustaría que ustedes, que nos leen todos los días, opinen si la fotografía que reprodujo ayer la primera página del Diario de León sobra o, por el contrario, ha sido respetuosa con la víctima y con la voluntad de contarles a todos lo que realmente le sucedió. Porque ése es nuestro trabajo. Y por esa razón compran ustedes este periódico.



Compuertas del pantano de Bárcena.
Nos encontrábamos en el mirador de la derecha. (Foto: embalses.net)



NADA MÁS...
(Después de una semana)

Nos encontrábamos fuera del cordón policial. Hacíamos nuestro trabajo desde un mirador. Y no era agradable, lo repito. Pero tampoco teníamos de qué avergonzarnos. El fotógrafo del periódico para el que escribo esperaba a que cubrieran el cadáver de un joven que había desaparecido en circunstancias extrañas para tomar una imagen -a más de cien metros de distancia- del lugar donde lo habían encontrado muerto. Todavía no sabíamos que había sido un suicidio. Todavía hoy, a sus amigos les cuesta creerlo. Algunos prefieren pensar que sigue habiendo algo más...

Al final, la explicación que nos parecía más descabellada -que un taxista lo hubiera llevado al pantano después del accidente- hizo que encajara todo.  Y lo menos importante fue que durante una hora del domingo, la Policía nos tuviera retenidos cumpliendo una soprendente orden (verbal) judicial, porque nos negamos a entregarles la tarjeta digital de la cámara.

Nos dejaron ir. No nos quitaron la tarjeta, ni la cámara, aunque nos advirtieron de que podíamos incurrir en un "quebrantamiento de una medida cuatelar" si utilizábamos alguna imagen del levantamiento del cadáver.

Y al día siguiente, el periódico publicó la foto.

jueves, 3 de febrero de 2011

Orines y cal

Chimeneas de la térmica de Endesa en Cubillos,
cuando escupían humo. (Foto: bierzonatura.blogspot.com)

CUARTO CRECIENTE
Diario de León. Martes 1 de febrero de 2011.

Sucedió hace más de cien años. Un bichito de apenas un milímetro de longitud, que se reproducía con la misma voracidad con la que se alimentaba de la savia en los viñedos, acabó en pocos años con la forma de vida de nuestros bisabuelos.

Llegó de América. Se comía las raíces de las cepas. Secaba las vides. Y nadie sabía como frenarlo. No sirvieron de nada los remedios milagrosos, como la mezcla de orines y cal untada en el tronco de las vides; ni los caros, como las inyecciones de sulfuro disuelto en agua. La sociedad agraria entró en crisis. Y los hierros de Bilbao, que cerraron las fraguas, la utopía de la nueva Vizcaya, que el ingeniero Julio Lazúrtegui imaginó para el Bierzo -de todo aquello ya solo queda una plaza-, y el carbón -del que dentro de poco tampoco quedará nada- enterraron para siempre el mundo rural de nuestros mayores.


Grabado de principios del siglo XX sobre la construcción del Canal de Panamá.
(periodismosinfronteras.com)

Antes de que el Bierzo encontrara la solución en la mina y los injertos, la filoxera dejó sin trabajo a miles de jornaleros. Eran los primeros años del siglo XX y los que no se resignaban a malvivir en esta comarca de caciques, se embarcaban para América, y haciendo el camino inverso al de la plaga, se ponían a trabajar como peones en las obras del Canal de Panamá o en las del metro de Nueva York. Se hacían taxistas en la Gran Manzana. O se ganaban la vida como podían en Buenos Aries o en La Habana.

Cien años después nos invade otra plaga. La causan diminutas partículas de CO2 que envenenan el aire como a la vid, la filoxera. Está en todas partes. La escupen los coches. La liberan las chimeneas de las centrales térmicas y es tan dañina que ha convertido al carbón autóctono en un combustible proscrito, imposible de tolerar en un mundo dominado por la rentabilidad y amenazado por el efecto invernadero. Y aunque el Gobierno está invirtiendo millones de euros en ponerle freno, resulta igual de esquiva que el bichito alado que tanto daño le hizo a las viñas de nuestros bisabuelos.


La planta de oxicombustión que la Ciuden construye en Cubillos.
Foto: ecobierzo.org

Al CO2 quieren atraparlo, secuestrarlo e inyectarlo en el suelo, como hacían con el sulfuro en los viñedos. Pero no van a llegar a tiempo. Ya lo sabemos. Las minas cerrarán antes. Las térmicas dejarán de contaminar por falta de actividad. Y ni siquiera tenemos la certeza de que al final, el remedio que están investigando para despertarlas no vaya a tener el mismo efecto que aquellos ungüentos de orines y cal.