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miércoles, 3 de noviembre de 2010

El guardacabras

El tejo de San Cristóbal de Valdueza
CUARTO CRECIENTE

Diario de León. Martes 2 de noviembre de 2010.

Cuenta Juan Bonilla en El Cultural que Miguel Hernández se presentó en Madrid, vestido de gabán, como los señoritos, un buen día del año 1931. Venía recomendado por la hija de un ministro y el director de La Gaceta Literaria , Giménez Caballero, le preguntó por su oficio. «Guardador de cabras», le respondió.

Aquel viaje no le sirvió al pastor poeta de Orihuela para quedarse en la capital, a pesar de los esfuerzos de su protectora, Concha de Albornoz y Segovia, y del propio Giménez Caballero, que después de leer sus versos le dio dinero y publicó un anuncio en su revista pidiendo «un enchufe para este campesino», sin morderse la lengua. «¿No tenéis ovejas que guardar? Gobierno de intelectuales. ¿No tenéis alguno que esté como una cabra para que este muchacho lo pastoree?», preguntó.

Si Miguel Hernández hubiera nacido en el Bierzo hace cien años, seguramente se habría resguardado de la lluvia bajo un tejo en más de una ocasión. El árbol sagrado de los celtas también era el favorito de los pastores porque su copa tupida les protegía mejor del agua. Y así debió suceder con el tejo de San Cristóbal de Valdueza cuando todavía había cabras por el monte y su fotogenia junto a la espadaña de una ermita no le había hecho tan famoso como para llamar la atención de expertos que se pelean por cuidarlo y de políticos como Óscar López  , que esta primavera buscó su sombra milenaria, vestido con vaqueros y chaqueta marrón, para presentar su política forestal y hacerse una foto de campaña. Aquel día llovió, claro, y Óscar López tuvo que hacer como los pastores y aguardar a que escampara bajo el árbol mientras los periodistas, apiñados como un rebaño, tratábamos de cubrir el acontecimiento bajo los paraguas.

Desde aquel día lluvioso tengo la sensación de que el viejo tejo de San Cristóbal, que ya ha cumplido 1.246 años y debe estar muy resabiado, aguarda bajo los astros a que alguien acuda a liberarle de la política y de los tratamientos fitosanitarios. Y no se me ocurre mejor liberación que unos versos de Miguel Hernández como los que recitó este verano un espontáneo en el festival poético del Hayedo de Busmayor. O aún mejor, ese cuento inédito que el poeta les escribió a sus hijos desde la cárcel y que tituló Un hogar en el árbol. Todo lo demás es ir a perderse en las estrellas de los cielos.

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